Esta es la historia del despertar de Osho contada por él mismo:
Me viene a la memoria el fatídico día del veintiuno de marzo de 1953. Había estado trabajando durante muchas vidas ―trabajando sobre mi mismo, luchando, haciendo todo lo que podía―, y no sucedía nada. Ahora entiendo por qué no sucedía nada. El mismo esfuerzo era la barrera, la misma escalera lo estaba impidiendo, la misma necesidad de buscar era el obstáculo. No es que uno pueda encontrar sin buscar ―hace falta buscar―, pero llega un momento en el que hay que abandonar la búsqueda. La barca es necesaria para cruzar el río, pero luego llega un momento en el que tienes que salir de la barca, olvidarte de ella y dejarla atrás. El esfuerzo es necesario, nada es posible sin esfuerzo. Y también nada es posible sólo con esfuerzo.
Justo antes del veintiuno de marzo de 1953, siete días antes, dejé de trabajar en mi mismo. Llega un momento en el que ves la futilidad del esfuerzo. Has hecho todo lo que podías hacer y no está sucediendo nada. Has hecho todo lo que es humanamente posible. ¿Qué más puedes hacer? Sintiéndose completamente impotente, uno abandona toda la lucha.
Y el día en el que la búsqueda se detuvo, el día en el que no estaba buscando algo, el día en el que no estaba esperando que sucediera algo, comenzó a suceder. Surgió una nueva energía, de ninguna parte. No venía de ningún lugar. Venía de ningún lugar y de todas partes. Estaba en los árboles, en las rocas, en el cielo, en el sol, en el aire; estaba en todas partes. Había estado buscando con tanto esfuerzo pensando que estaba muy lejos, ¡y estaba tan cerca y tan próxima!
El hecho de que estaba buscando me había vuelto incapaz de ver lo cercano. La búsqueda es siempre de algo lejano, la búsqueda es siempre de algo distante – y no era distante. Me había convertido en un visionario futuro, que había perdido la visión cercana. Los ojos se habían enfocado en la lejanía, en el horizonte, y habían perdido la capacidad de ver aquello que está justo al lado, rodeándote.
El día en el que cesó el esfuerzo, yo también cesé, porque tú no puedes existir sin esfuerzo, no puedes existir sin deseo, no puedes existir sin luchar. El fenómeno del ego, del yo, no es un objeto, es un proceso. No es una substancia asentada en tu interior; la tienes que crear en cada momento. Es como pedalear en una bicicleta: si sigues pedaleando continúa; si dejas de pedalear se detiene. Podría continuar un poco por la inercia pero en el momento que dejas de pedalear, de hecho, la bicicleta comienza a detenerse. No tiene más energía, no tiene más potencia para ir a cualquier lugar. Acabará por desplomarse.
El ego existe porque seguimos pedaleando en el deseo, porque seguimos esforzándonos para conseguir algo, porque continuamos adelantándonos a nosotros mismos. En eso consiste el fenómeno del ego: saltar por delante de nosotros mismos, saltar al futuro, saltar al mañana. El salto hacia lo no-existencial crea el ego. Es como si fuese un espejismo porque surge de lo no-existencial. Sólo está compuesto de deseo y de nada más. Sólo está compuesto de sed y nada más.
El ego no está en el presente, está en el futuro. Si estás en el futuro, entonces el ego parece ser muy substancial. Si estás en el presente, el ego es un espejismo; comienza a desaparecer.
El día que dejé de buscar…, y es incorrecto decir que dejé de buscar; sería mejor decir el día que la búsqueda se detuvo. Déjame repetirlo: la mejor manera de decirlo es el día que la búsqueda se detuvo. Porque si yo la detengo, entonces «yo» estoy ahí de nuevo. Ahora mi esfuerzo consiste en detenerlo, ahora mi deseo es detenerlo, y el deseo continúa existiendo de una forma muy sutil.
No puedes detener el deseo, sólo puedes entenderlo. En esa misma comprensión se detiene. Recuerda, nadie puede dejar de desear, y la realidad sucede sólo cuando el deseo se detiene.
Este es el dilema. ¿Qué puedes hacer? Ahí está el deseo, y los Budas siguen diciendo que hay que dejar de desear, y acto seguido te dicen que no puedes dejar de desear. De modo que, ¿qué puedes hacer? Pones a la gente en un dilema. Están en el deseo, ciertamente. Dices que hay que detenerlo; de acuerdo. Y entonces dices que no se puede detener. Entonces, ¿qué es lo que hay que hacer?
Hay que entender el deseo. Lo puedes entender, puedes ver su futilidad. Se necesita una percepción directa, se necesita una comprensión inmediata.
El día en el que el deseo se detuvo, me sentí muy impotente y desesperanzado. No había esperanza porque no había futuro. Nada que esperar porque todas las esperanzas han demostrado ser vanas, no conducen a ningún lugar. Vas dando vueltas. Sigue colgando delante de ti, va creando nuevos espejismos, sigue llamándote: ―Vamos, corre más rápido que llegarás―. Pero no importa lo rápido que corras, nunca lo alcanzarás. Es como el horizonte que ves alrededor de la tierra. Parece, pero no está ahí. Si vas hacia él, sigue alejándose de ti. Cuanto más corres, más rápido se aleja. Cuanto más lento vas, más lento se aleja. Pero hay algo cierto, la distancia entre tú y el horizonte sigue siendo absolutamente la misma. No puedes reducir la distancia entre tú y el horizonte ni un solo centímetro.
No puedes reducir la distancia entre tú y tu esperanza. La esperanza es el horizonte. Tratas de tender un puente entre tu yo y el horizonte con la esperanza, con un deseo proyectado. El deseo es el puente, un puente inexistente, porque el horizonte no existe. De modo que no puedes construir un puente con él, sólo puedes soñar acerca del puente. No puedes unirte a algo no existencial.
El día que el deseo se detuvo, el día que miré en su interior y me di cuenta de que era inútil, me sentí impotente y sin esperanzas. Pero en ese mismo momento algo empezó a suceder. Comenzó a suceder aquello por lo que había estado trabajando durante muchas vidas pero no había sucedido. En tu desesperanza está la única esperanza, en tu falta de deseo está tu única satisfacción, y en tu tremenda impotencia de repente la existencia entera empieza a ayudarte.
La existencia está esperando. Cuando ve que estás trabajando por tu cuenta, no interfiere. Espera. Puede esperar infinitamente porque la existencia no tiene prisa. Es eterna. En el momento que dejas de estar tú sólo ―en el momento en el que te abandonas, en el momento en el que desapareces―, la existencia entera corre hacia ti, entra en ti. Y por primera vez empieza a ocurrir algo.
Durante siete días viví en un estado muy desesperanzado e impotente, pero al mismo tiempo estaba surgiendo algo. Cuando uso la palabra desesperanzado, no tiene el mismo sentido que entendemos por esa palabra. Simplemente quiero decir que no había esperanza en mí. La esperanza estaba ausente. No estoy diciendo que estuviese desesperado y triste. De hecho estaba feliz; estaba muy tranquilo, en calma, sereno y centrado. Desesperanzado, pero con un significado totalmente nuevo. No había esperanza, de modo que, ¿cómo podía haber desesperanza? Ambas habían desaparecido.
La desesperanza era absoluta y total. La esperanza había desaparecido, y con ella su opuesto, la desesperanza. Fue una experiencia totalmente nueva: ser sin esperanza. No era un estado negativo. Tengo que usar palabras, pero no era un estado negativo. Era absolutamente positivo. No era sólo una ausencia, se sentía una presencia. Algo en mi estaba desbordándose, inundándome.
Y cuando digo que me sentía impotente, no lo utilizo con el mismo sentido del diccionario. Simplemente digo que estaba rendido. Eso es lo que quiero decir cuando digo impotente. Había reconocido el hecho de que yo no soy; de modo que no puedo contar conmigo mismo, de modo que no puedo mantenerme firme. No tenía un suelo debajo, estaba en el abismo…, un abismo sin fondo. Pero no tenía miedo porque no había nada que proteger. No había miedo porque no había nadie que pudiera asustarse.
Esos siete días fueron una transformación tremenda, una transformación total. Y el último día, la presencia de una energía totalmente nueva, una nueva luz y un nuevo deleite, se convirtió en algo tan intenso que era casi insoportable, como si estuviera explotando, como si me estuviera volviendo loco de dicha. La generación más joven en Occidente tiene la expresión correcta para expresarlo… Estaba embriagado, colocado.
Era imposible entender lo que estaba sucediendo. Era un mundo absurdo, difícil de entender, difícil de organizar en categorías, difícil de poner en palabras, lenguaje, explicaciones. Todas las escrituras parecían muertas y todas las palabras que se han usado para describir esta experiencia parecían muy pálidas, anémicas. Esto estaba tan vivo. Era como una gigantesca ola de dicha.
Todo el día fue extraño, pasmoso, fue una experiencia demoledora. El pasado estaba desapareciendo como si nunca me hubiera pertenecido, como si lo hubiera leído en algún otro lugar. Como si lo hubiera soñado, como si fuera la historia que había oído de alguna otra persona. Me estaba liberando de mi pasado, me estaba desarraigando de mi historia. Estaba perdiendo mi autobiografía. Estaba convirtiéndome en un no-ser, lo que Buda llama anatta. Los límites iban desapareciendo, la distinciones iban desapareciendo.
La mente estaba desapareciendo; estaba a millones de kilómetros de distancia. Era difícil asirla, se estaba alejándose cada vez más y no había ninguna necesidad de mantenerla próxima. Yo estaba simplemente indiferente hacia todo esto. Estaba bien. No había una necesidad de seguir manteniendo una continuidad con el pasado. Por la noche se hizo difícil soportarlo, dolía, se hizo doloroso. Era como cuando una mujer empieza a parir, cuando el niño va a nacer y la mujer sufre un tremendo dolor; las punzadas del parto.
En esos días solía acostarme entre las doce y la una de la madrugada, pero ese día fue imposible mantenerme despierto. Los ojos se me cerraban, me costaba mantenerlos abiertos. Algo era inminente, iba a suceder algo. Era difícil decir lo que era ―quizás iba a ser mi muerte―, pero no había miedo. Estaba preparado. Esos siete días habían sido tan hermosos que estaba dispuesto a morir; no necesitaba nada más. Habían estado tan llenos de éxtasis, estaba tan contento, que si lo que venía era la muerte, era bien recibida.
Pero iba a suceder algo ―algo parecido a la muerte, algo muy drástico, algo que o bien sería una muerte o un nuevo nacimiento, una crucifixión o una resurrección―, algo de tremenda importancia estaba a la vuelta de la esquina. Y me era imposible mantener los ojos abiertos, estaba drogado.
Me fui a dormir hacia las ocho. No era como un sueño. Ahora puedo entender lo que Patanjali quiere decir cuando dice que el samadhi y el sueño son similares. Sólo que con una diferencia: en el samadhi estás totalmente despierto y también dormido, despierto y dormido a la vez. Todo el cuerpo muy relajado, cada célula de tu cuerpo totalmente relajada, todas funcionando relajadas y, sin embargo, hay una luz de consciencia que arde en tu interior…, clara, sin humo. Permaneces alerta y a la vez relajado, suelto pero completamente despierto. El cuerpo está en el sueño más profundo posible y tu consciencia está en la cima. La cima de la consciencia y el valle del cuerpo se encuentran.
Me fui a dormir. Fue un sueño muy extraño. El cuerpo estaba dormido, yo estaba despierto. Fue tan extraño, como si tiraran de ti en dos direcciones, en dos dimensiones; como si la polaridad se hubiera enfocado completamente, como si yo fuera las dos polaridades a la vez…, lo positivo y lo negativo se estaban encontrando, el sueño y la consciencia se estaban encontrando, la muerte y la vida se estaban encontrando. Ese es el momento en el que puedes decir que el creador y la creación se encuentran.
Era muy extraño. La primera vez te conmociona hasta las raíces, sacude tus cimientos. Después de esa experiencia no puedes volver a ser el mismo; trae una nueva visión a tu vida, una nueva cualidad.
Hacia las doce, de repente se abrieron mis ojos; yo no los había abierto. El sueño fue interrumpido por algo más. Sentí una gran presencia a mi alrededor en mi habitación. Era una habitación muy pequeña. Sentí una vida latiendo a mi alrededor, una gran vibración, casi como un huracán, una gran tormenta de luz, alegría, éxtasis. Me estaba ahogando en ella.
Era tan sumamente real que todo lo demás se volvió irreal. Las paredes de la habitación se volvieron irreales, la casa se volvió irreal, mi propio cuerpo se volvió irreal. Todo era irreal porque ahora por primera vez había realidad.
Por eso Buda y Shankara dicen que el mundo es maya, un espejismo. Para nosotros es complicado entenderlo porque sólo conocemos este mundo, no tenemos con qué compararlo. Esta es la única realidad que conocemos. ¿De qué está hablando toda esta gente, es esto maya, ilusión? Esta es la única realidad. A menos que llegues a conocer lo realmente real, no podrás entender sus palabras. Sus palabras se quedan en teoría, parecen hipótesis: Quizás este hombre esté planteando una filosofía ― «El mundo es irreal».
Cuando Berkley en Occidente dijo que el mundo es irreal, estaba caminando con uno de sus amigos, un hombre muy racional; el amigo era casi un escéptico. Recogió una piedra de la carretera y le golpeó a Berkley con fuerza en un pié. Berkley gritó, le salió sangre, y el escéptico le dijo: ―Ahora, ¿es el mundo irreal? ¿Decías que el mundo es irreal?, entonces, ¿por qué gritaste? ¿Esta piedra es irreal? ¿entonces por qué gritaste? ¿Entonces por qué te agarras la pierna y expresas tanto dolor y tanta angustia en tu cara? Todo es irreal.
Este tipo de persona no puede entender lo que Buda quiere decir cuando afirma que el mundo es un espejismo. No está diciendo que puedes atravesar la pared. No está diciendo que puedes comer piedras y que no hay ninguna diferencia si comes pan o comes piedras. No está diciendo esto.
Está diciendo que hay una realidad: una vez que la conoces, esta supuesta realidad palidece, simplemente se vuelve irreal. La comparación surge cuando en tu visión aparece una realidad más elevada, y no de otra manera.
En el sueño, el sueño es real. Sueñas cada noche y cada mañana dices que era irreal, y de nuevo por la noche cuando sueñas, el sueño se convierte en real. En un sueño es muy difícil recordar que es un sueño, pero por la mañana es muy fácil. ¿Qué sucede? Eres la misma persona. En el sueño sólo hay una realidad. ¿Cómo vas a comparar? ¿Cómo vas a decir que es irreal? ¿Con qué la vas a comparar? Es la única realidad. Todo es tan irreal como todo lo demás, de modo que no hay comparación. Por la mañana cuando abres los ojos allí hay otra realidad. Ahora puedes decir que el sueño era totalmente irreal. Comparado con esta realidad, el sueño se convierte en irreal.
Hay un despertar; toda esa realidad se vuelve en irreal si la comparas con la realidad de ese despertar.
Esa noche por primera vez entendí el significado de la palabra maya. No es que antes no conociera esa palabra, no es que no fuera consciente del significado de esa palabra. Del mismo modo que vosotros sois conscientes, yo también soy consciente del significado, pero nunca antes lo había entendido. ¿Cómo puedes entenderla sin tener la experiencia? Esa noche otra realidad abrió su puerta, otra dimensión se hizo accesible. De repente estaba allí la otra realidad, la realidad aparte, lo realmente real, o como quieras llamarlo. Llámalo Dios, llámalo Verdad, llámalo Dhamma, llámalo Tao, o lo que tú quieras. No tenía nombre. Pero estaba allí, tan transparente y a la vez tan sólida que se podía tocar. Casi me estaba ahogando en esa habitación. Era demasiado y yo todavía no era capaz de absorberla.
Surgió en mí una profunda necesidad de salir corriendo de la habitación, de ir bajo las estrellas; me estaba ahogando. ¡Era demasiado! ¡Me iba a matar! Si me hubiera quedado unos minutos más me hubiera ahogado; eso es lo que parecía. Salí de la habitación corriendo, salí a la calle. Había una gran necesidad de estar bajo el cielo con las estrellas, con los árboles, con la tierra…, con la naturaleza. E inmediatamente al salir, la sensación de ahogo desapareció. Era un espacio demasiado pequeño para un fenómeno tan grande. Hasta el cielo era demasiado pequeño para ese fenómeno. Es más grande que el cielo. Ni siquiera el cielo es el límite. Pero entonces me sentí más a gusto.
Caminé hacia el jardín más próximo. Era un forma de caminar totalmente distinta, como si la fuerza de la gravedad hubiera desaparecido. Estaba caminando, o estaba corriendo, o simplemente estaba volando; era difícil decidirlo. No había gravitación. Me sentía sin peso, como si alguna energía me estuviera llevando. Estaba en manos de otra energía.
Por primera vez no estaba sólo, por primera vez había dejado de ser un individuo, por primera vez la gota había caído en el océano. Ahora todo el océano era mío, yo era el océano. No había limitación. Surgió un tremendo poder, como si pudiera hacer cualquier cosa que quisiera. Yo no estaba allí, sólo el poder estaba allí.
Llegué hasta el jardín a donde solía ir cada día. El jardín estaba cerrado, cerrado durante la noche. Era demasiado tarde, era casi la una de la madrugada. Los jardineros estaban totalmente dormidos. Tuve que entrar como un ladrón, tuve que saltar la verja. Pero algo me estaba atrayendo hacia el jardín. No estaba dentro de mis capacidades el impedirlo. Estaba simplemente flotando.
Eso es lo que quiero decir cuando repito una y otra vez: «flota con el río, no lo empujes». Estaba relajado, estaba dejándome llevar. Yo no estaba allí, ELLO estaba allí, llámalo Dios; Dios estaba allí. Me gustaría llamarlo ELLO, porque Dios es una palabra demasiado humana y se ha ensuciado demasiado de tanto usarla, ha sido contaminada por demasiada gente. Los cristianos, los hindúes, los musulmanes, los sacerdotes y los políticos, todos ellos han corrompido la belleza de la palabra. Por eso déjame que lo llame ELLO. ELLO Estaba allí y yo era simplemente arrastrado…, arrastrado por una enorme ola.
En el momento en el que entré en el jardín todo se volvió luminoso, estaba por todas partes, la bendición, la beatitud. Por primera vez pude ver los árboles, su verdor, la vida, la savia corriendo. Todo el jardín estaba dormido, los árboles estaban dormidos. Pero yo podía ver todo el jardín vivo, hasta las pequeñas briznas de hierba eran hermosas.
Miré a mi alrededor. Había un árbol sumamente luminoso, el árbol maulshree. Me atrajo, me atrajo hacia él. No lo había escogido, el mismo Dios lo había escogido. Fui hasta el árbol y me senté debajo. Al sentarme allí todo se empezó a asentar. El universo entero se convirtió en bendición.
Es difícil decir cuanto tiempo permanecí en ese estado. Cuando regresé a casa eran las cuatro de la mañana, de modo que debí estar allí según el reloj por lo menos tres horas, pero fue infinito. No tenía nada que ver con el tiempo del reloj. Fue intemporal.
Esas tres horas se convirtieron en una eternidad, una eternidad interminable. No había tiempo, el tiempo no pasaba; era una realidad inmaculada; incorrupta, intocable, inconmensurable.
Y ese día sucedió algo que ha continuado, no como una continuidad, sino como una corriente subterránea. No como algo permanente; ha ido sucediendo una y otra vez, momento a momento. Ha sido un milagro a cada momento.
Y desde esa noche no he vuelto ha estar nunca en el cuerpo. Estoy flotando a su alrededor. Me volví tremendamente poderoso y al mismo tiempo muy frágil. Me volví muy fuerte, pero esa fuerza no es la fuerza de Mohamed Alí. Esa fuerza no es la fuerza de una roca, esa fuerza es la fuerza de una rosa… tan frágil en su fortaleza, tan sensitiva, tan delicada.
La flor puede desaparecer en cualquier momento, la roca permanecerá. Pero aún así la flor es más fuerte que la roca porque está más viva. O la fuerza de una gota de rocío en una brizna de hierba brillando al sol de la mañana, tan hermosa, tan preciosa, y a la vez puede deslizarse en cualquier momento. Tan incomparable en su gracia, pero podría llegar una pequeña brisa y la gota de rocío se deslizaría y se perdería para siempre.
Los Budas tienen una fuerza que no es de este mundo. Su fuerza es totalmente del amor…, como una rosa o una gota de rocío. Su fuerza es muy frágil, vulnerable. Su fuerza es la fuerza de la vida, no de la muerte. Su poder no es el poder que mata; su poder es el que crea. Su poder no es violento, agresivo; su poder es el de la compasión.
Pero nunca he vuelto a estar dentro del cuerpo, estoy flotando a su alrededor. Y por eso digo que ha sido un milagro tremendo. Cada momento me sorprendo de estar todavía aquí, no debería de ser así. Tenía que haberme ido en cualquier momento, y todavía sigo aquí. Cada mañana abro los ojos y me digo: ―¿De modo que todavía estoy aquí?―. Por que me parece casi imposible. El milagro ha sido continuo.
Justo el otro día alguien me hizo esta pregunta: «Osho, te estás volviendo tan frágil y delicado, y tan sensible al olor, de los aceites capilares y los champús que parece que no te vamos a poder ver a menos que nos quedemos calvos». Dicho sea de paso, no hay nada malo en estar calvo; igual que lo negro es bello, la calva es bella. Pero es verdad y tenéis que tener cuidado.
Soy frágil, delicado y sensible. Esa es mi fuerza. Si le tiras una roca a una flor, no le sucederá nada a la roca, pero será el final de la flor. Sin embargo, no puedes decir que la roca sea más poderosa que la flor. La flor desaparecerá porque la flor estaba viva. Y a la roca no le ocurrirá nada porque está muerta. La flor desaparecerá porque la flor no tiene fuerza para destruir. La flor simplemente desaparecerá y le cederá el paso a la roca. La roca tiene el poder de destruir porque está muerta.
Recuerda, desde ese día nunca he estado realmente en el cuerpo; sólo me une a él un hilo delicado. Y estoy continuamente sorprendido de que de alguna forma la totalidad debe de desear que yo esté aquí, porque ya no estoy aquí por mi propia fuerza, ya no estoy por mi mismo. La existencia debe desear que siga aquí, para que pueda permanecer un poquito más en esta orilla. Quizás la totalidad quiere compartir algo con vosotros a través de mi.
Desde ese día el mundo es irreal. Otro mundo ha sido revelado. Cuando digo que el mundo es irreal no quiero decir que esos árboles sean irreales. Esos árboles son absolutamente reales, pero la forma que tenéis de verlos es irreal. Esos árboles no son irreales en si mismos ―existen en Dios, existen en una absoluta realidad―, pero de la manera que los veis, nunca los veis. Estáis viendo algo diferente, un espejismo.
Creáis a vuestro alrededor vuestro propio sueño, y a menos que despertéis seguiréis soñando. El mundo es irreal porque el mundo que conocéis es el mundo de los sueños. Cuando el sueño se desvanece y te encuentras con el mundo que está ahí, entonces aparece el mundo real.
No son dos cosas diferentes, Dios y el mundo. Dios es el mundo si tienes ojos, ojos limpios, sin ningún residuo de los sueños, sin ninguna bruma. Si tienes los ojos limpios, claridad, percepción, sólo existe Dios.
Entonces en alguno sitio Dios es un árbol verde, en otro Dios es una estrella brillante, en otro lugar diferente Dios es un cuclillo, en otro lugar Dios es una flor, en algún otro lugar un niño, en otro lugar un río; después sólo existe Dios. En el momento que empiezas a ver, sólo existe Dios.
Pero ahora mismo nada de lo que ves es la verdad, sino una mentira proyectada. Este es el significado de espejismo. Y una vez que ves ―incluso por un solo momento, si puedes ver, si puedes permitirte a ti mismo ver―, encontrarás presente una inmensa bendición por todas partes, en las nubes, en el sol, en la Tierra.
Este es un mundo hermoso. Pero no estoy hablando de tu mundo, estoy hablando de mi mundo. Tu mundo es muy feo, tu mundo es un mundo creado por un yo, tu mundo es un mundo proyectado. Estás usando el mundo real como una pantalla y proyectando en él tus propias ideas.
Cuando digo que el mundo es real, el mundo es tremendamente hermoso, el mundo es infinitamente luminoso, el mundo es luz y dicha, es una celebración, estoy hablando de mi mundo; o del tuyo si abandonas tus sueños.
Cuando abandonas tus sueños ves el mismo mundo que cualquier Buda ha visto siempre. Cuando sueñas, sueñas de forma privada. ¿Lo has observado? ― que los sueños son privados. No puedes compartirlos ni siquiera con tu amado o amada. No puedes invitar a tu esposa a tu sueño ― o tu esposo, o tu amigo. No puedes decir: «Entonces, por favor, ven esta noche a mi sueño. Me gustaría ver el sueño juntos». No es posible. El sueño es una cosa privada, por lo tanto, es ilusorio, no tiene realidad objetiva.
Dios es algo universal. Una vez que te sales de tus sueños privados, está ahí. Ha estado siempre ahí. Una vez que tus ojos están limpios, una iluminación repentina ― de repente eres inundado con la belleza, la grandeza y la gracia. Ese es el objetivo, ese es el destino.
Déjame repetir. Sin esfuerzo nunca lo alcanzarás, con esfuerzo nadie lo ha alcanzado jamás. Necesitarás un gran esfuerzo, y sólo entonces llega un momento en que el esfuerzo se convierte en fútil. Pero se vuelve fútil sólo cuando has llegado a la cima misma de él, nunca antes. Cuando has llegado al pináculo de tu esfuerzo ―todo lo que puedes hacer lo has hecho― entonces de repente no hay necesidad de hacer nada más. Abandonas el esfuerzo.
Pero nadie puede abandonarlo en la mitad, sólo puede abandonarse en el extremo final. Así que vete al extremo si quieres abandonarlo. Por lo tanto insistiré: haz tanto esfuerzo como sea posible, pon toda tu energía y todo tu corazón en ello, para que un día puedas ver ― ahora el esfuerzo no me llevará a ninguna parte. Y ese día no serás tú quien abandone el esfuerzo, ocurrirá por sí solo. Y cuando ocurre por sí solo, la meditación ocurre.
La meditación no es el resultado de tus esfuerzos, la meditación es un acontecimiento. Cuando tus esfuerzos son abandonados, de repente la meditación está ahí … su bendición, su beatitud, su gloria. Está ahí como una presencia … luminosa, rodeándote y alrededor todo. Llena toda la tierra y todo el cielo.
Esa meditación no puede ser creada por el esfuerzo humano. El esfuerzo humano es demasiado limitado. Esa bendición es tan infinita. No puedes manipularla. Puede acontecer sólo cuando estás en una inmensa entrega. Cuando tú no estás allí sólo entonces puede suceder. Cuando eres un no-yo ―sin deseo, sin ir a ninguna parte― cuando estás justo aquí y ahora, sin hacer nada en particular, sólo ser, sucede. Y viene en olas y las olas se convierten en mareas. Viene como una tormenta, y te lleva lejos hacia una realidad totalmente nueva.
Pero primero tienes que hacer todo lo que puedas, y luego tienes que aprender a no-hacer. El hacer del no-hacer es el mayor hacer, y el esfuerzo del no-esfuerzo es el mayor esfuerzo.
La meditación que tú creas con esfuerzo cantando un mantra o sentándote quieto y en silencio, es una meditación muy mediocre. Es creada por ti, no puede ser más grande que tú. Es una meditación casera, y el creador es siempre más grande que lo creado. Tú la has creado al sentarte forzando una postura de yoga, cantando «Rama, Rama, Rama» o cualquier cosa ―» bla, bla, bla»― cualquier cosa. Has forzado a la mente a estar quieta.
Es una quietud forzada. No es esa quietud que viene cuando uno no está ahí. No es ese silencio que viene cuando eres casi no-existencial. No es esa beatitud que desciende sobre ti como una paloma.
Se dice que Jesús fue bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán, Dios descendió sobre él, o el Espíritu Santo descendió sobre él como una paloma. Sí, eso es exactamente así. Cuando tú no está ahí la paz desciende sobre ti… revoloteando como una paloma… alcanza tu corazón y permanece allí y permanece allí para siempre.
Tú eres tu perdición, tú eres la barrera. La meditación ocurre cuando el meditador no está. Cuando la mente cesa con todas sus actividades ―viendo que son fútiles― entonces lo desconocido te penetra, te abruma.
La mente debe cesar para que Dios sea. El conocimiento debe cesar para que el conocer sea. Tú debes desaparecer, debes ceder el paso. Debes volverte vacío, sólo entonces puedes estar lleno.
Esa noche me vacié y me llené. Dejé de ser existencial y me convertí en la existencia. Esa noche morí y renací. Pero el que renació no tiene nada que ver con el que murió, es algo discontinuo. En la superficie parece continuo pero es discontinuo. Aquél que murió, murió totalmente; no ha quedado nada de él.
Créeme, nada de él ha permanecido, ni siquiera una sombra. Murió totalmente, absolutamente. No es que yo sólo sea un RUP modificado, una forma transformada, modificada, una forma transformada de lo viejo. No, no ha habido ninguna continuidad. Ese día del veintiuno de marzo, la persona que había vivido durante muchas muchas vidas, durante milenios, simplemente murió. Otro ser, absolutamente nuevo, no conectado en absoluto con el viejo, comenzó a existir.
La religión sólo te ofrece una muerte total. Tal vez por eso todo el día anterior a ese acontecimiento sentía cierta urgencia como de muerte, como si me fuera a morir ― y realmente morí. He conocido muchas otras muertes pero no fueron nada comparadas con esta, fueron muertes parciales.
A veces muere el cuerpo, a veces muere una parte de la mente, a veces muere una parte del ego, pero en lo que se refiere a la persona, permanece. Muchas veces renovada, muchas veces decorada, un pequeño cambio aquí y allá, pero permanece, la continuidad permanece.
Esa noche la muerte fue total. Fue una cita con la muerte y con Dios simultáneamente.
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