Cualquiera que haya experimentado el ver lo bueno de las distintas situaciones se habrá dado cuenta de que vive más feliz así. Como por ejemplo, en el último retiro de meditación en Vigo en la sala Aruna, una de las participantes habló de lo importante que es ver lo bueno que hay en cada situación. Su reflexión concluía que desde que vivía enfocada en ver lo bueno, su vida se estaba volviendo milagrosa, cada día la sorprendía con algún milagro. Si esta experiencia ocurre al enfocarnos en lo bueno, llama la atención que no vivamos con esta actitud todo el tiempo.
Cuando nos abrimos a la existencia, aceptándola tal cual es, sin intentar que las cosas sean distintas, se da una facilidad natural para conectar con lo milagroso. Nos sorprendemos ante los sucesos al tomar conciencia de que todo está bien tal como es, lo que nos permite apreciar lo bueno de cada situación y ver su belleza. Esta actitud nos lleva a sentirnos agradecidos de manera natural. En cambio, cuando nos cerramos a la vida, pretendiendo que la realidad se ajuste a nuestras expectativas, perdemos esa capacidad de asombro. En ese estado cerrado, creemos que ya conocemos lo que hay, que ya lo hemos visto. Como resultado, no observamos las cosas tal como son, sino según nuestras creencias y prejuicios preestablecidos. Esta desconexión de la realidad nos lleva a pensar que algo está mal, que no debería ser así, y de ahí surgen las quejas y el malhumor.
A quien vive abierto a la vida solo le pasan cosas buenas, ya que para él todo está bien tal y como está. El bien está en la mirada interior y no en la situación externa. Por el contrario, el que vive cerrado, siempre encuentra algún fallo. Ambos movimientos tienen su propia dinámica. Quien vive cerrado a la vida, refuerza a cada paso patrones mentales más críticos enfocados en lo malo, creencias más rígidas que sirven para justificar lo mal que están las cosas, no solo ve lo que está mal, sino que su propio sistema de pensamiento dedica el tiempo y la energía a tratar de demostrarlo y darle validez, lo que resulta en una vida de mayor descontento.
Ver lo bueno es lo natural cuando se está bien. Si vamos de viaje y el coche nos deja tirados en medio del campo, de noche y hace frío, cuando se está conectado a la vida, comprendemos con sencillez que los coches pueden estropearse y con tranquilidad llamamos al servicio de asistencia en carretera y esperamos con buen ánimo las más de dos horas que podría tardar en llegar la ayuda. Cuando estamos abiertos a la vida tal y como es, podemos incluso disfrutar de esta situación y alegrarnos de la oportunidad de tener dos horas por delante para leer sin distracciones, ya que tenemos el Kindle en la mochila, así que nos ponemos el gorro de lana, nos acomodamos la bufanda para calentarnos mejor y disfrutamos de esa lectura que tanto se nos resistía hasta ahora. En cambio, si no se está bien, si se está cerrado a la vida, la misma situación será muy distinta, surgirá el enfado, el “por qué a mí”, el enfocarse en lo malo: hace frío, llegaré muy tarde…
Sentir gratitud no es lo mismo que forzarse a decir gracias, sino que es una emoción genuina que se da cuando nos sentimos realmente afortunados. ¿Afortunados de que el coche nos haya dejado tirados? No, afortunados de lo bueno que hay en cada situación. Si no lo sentimos, si el ver lo bueno no emerge de la mirada interior, si es forzado, por mucho que digamos gracias por la oportunidad de leer, no podríamos evitar que entraran en escena pensamientos del tipo vaya mierda de día, que frío, vaya perdida de tiempo, es decir, puedes obtener un beneficio de entrenar la mente en ver lo bueno, pero como en cualquier práctica espiritual, la calidad no se puede forzar, ya que el ver lo bueno emana de la realización interior. Incluso aunque se pusiera uno a leer, si no está realmente abierto a la vida, no lo disfrutará, leerá enfadado, protestando internamente, mirando cada dos por tres por el retrovisor para chequear si llega o no la asistencia en carretera.
Más que forzar la mirada externa, que finalmente perpetúa el malestar, hay que abrirse a la mirada interior, la que emerge del bienestar. Si estás mal, si estás cerrado a la vida, lo mejor es reconocerlo y no forzarte tanto a ver lo bueno, sino más bien la invitación es a que dediques el tiempo a observar las sensaciones de malestar, dónde aparecen, cómo son, sintonizando así con el espacio interior de observación silenciosa que permite la apertura, donde no hay juicio ni queja. Cuando la atención se abre y se establece en este espacio, empezamos a reconocer lo bueno que trae la situación presente. Es un movimiento natural que va de dentro a fuera.
Si entramos en la dinámica de ver lo bueno, cada vez vibramos más en el asombro y la gratitud. Conectamos mejor con la gente que nos rodea al centrarnos más en sus virtudes que en sus defectos; vemos mejor y aprovechamos las oportunidades que se nos ofrecen; nos volvemos más creativos a la hora de pensar en planes o actividades que nos hacen sentir bien; cuando vamos por la calle las cosas nos resultan más curiosas e interesantes. Cuantas más cosas buenas vemos, más agradecidos nos sentimos y eso nos permite amar la realidad, haciendo que experimentemos la vida como una sucesión de milagros.
Recomiendo los libros La alegría sin objeto de Jean Klein y El diamante en tu bolsillo de Gangaji.
Otros artículos de interés:
La meditación como vía de autodescubrimiento
La utilidad de que algo te preocupe
Leer para saborear y no para saber
Cómo la Quietud dinámica nos libera de la agitación mental
Por qué no puedo dejar de pensar
La meditación no es controlar el pensamiento
Mientras hay esperanza, no hay vida
Raul Fernando Torres dice
Gracias por compartir sabiduría a manos llenas !!!
Julio Cesar Berrueco dice
Me encantan estas reflexiones, además funcionan como un milagro, cuando uno las necesita, aparecen, estando abierto, todo fluye.
muchas gracias
Manuela dice
Muchísimas gracias por estos textos que ayudan tanto a nuestro bienestar.