Hace unas décadas, salíamos solos a la calle con ocho o nueve años. Nos caíamos, nos perdíamos y volvíamos sucios y felices. Había riesgo, pero también había confianza. Hoy, por el contrario, cada paso es supervisado y cada horario controlado. Se confunde el amor con la vigilancia y con evitar cualquier posibilidad de dolor, pero ¿el dolor de quién? El mercado ha entendido algo muy simple, los padres gastan más alegremente en sus hijos: cuánto más miedo tienes, más compras. Seguridad, cámaras, relojes con GPS… Y sin darnos cuenta, ese miedo empaquetado como amor lo contamina todo. Padres tensos, maestros agotados, niños que respiran ansiedad desde la cuna. En lugar de amor, reciben miedo y crecen creyendo que preocuparse es amar.
Imagina que estás en casa y tu hijo tarda en llegar. ¿Y si le ha pasado algo?, ¿Y si hubo un accidente?, ¿Y si no me llamó porque está en problemas? En segundos, estás dentro de una película. De pronto sientes el cuerpo tenso, el pecho cerrado y el estómago inquieto. Ahí tienes al yo preocupado. Puedes seguirle el juego, alimentar la historia y quedarte atrapado o puedes aquietarte un momento.
Sentarte, sentir los pies, relajar la cara, llevar la atención a la zona abdominal. Observar la respiración y tomar conciencia de que es solo una posibilidad en la mente, pero no un hecho. Manteniendo la atención en las sensaciones puedes tomar acción o no, pero desde un nuevo nivel de conciencia donde no hay violencia interior. Así actúas con más claridad. Llamarás sin angustia o esperarás sin envenenarte porque no te has dejado poseer por el miedo. Eso es practicar y usar el poder de la atención para no dejarte arrastrar y te conecta con un amor más puro.
La preocupación se ha confundido con una muestra de amor durante tanto tiempo que ya ni la cuestionamos. Se da por hecho que si te preocupas por algo, es porque te importa. Pero no es así. La preocupación no nace del amor, sino del miedo. Y lo más importante, la preocupación no eres tú. Es una parte de ti, mecánica, que se activa imaginando peligros y reaccionando como si fueran reales. Cuanto más consciente eres de esto, más se abre la posibilidad de amar de verdad. Porque el amor no nace del miedo, sino de la conciencia.
La preocupación parece una muestra de cariño, de responsabilidad, pero si miramos de cerca, rara vez sirve para resolver algo. Más bien nos paraliza desconectándonos del presente. Preocuparse no es amar sino identificarse con ese pensamiento del que deriva esa emoción o esa tensión corporal, que se activa cuando imaginamos que algo puede salir mal. Es como si una parte de nosotros apretara el cuello a la otra creyendo que así evitará el peligro.
La preocupación se alimenta del miedo, de la imaginación negativa y de un deseo, en el fondo, de control. Y muchas veces, también, de una forma de orgullo, nos sentimos importantes porque nos preocupamos, como si esa tensión justificara que somos personas buenas y sensibles. Pero eso no es bondad, es autoimportancia.
Cuando te preocupas, parece que estás pensando en el otro, pero si lo miras de cerca, la preocupación gira en torno a ti. A lo que tú temes, a lo que tú no podrías soportar, a lo que tú no sabes manejar si las cosas se tuercen. Aunque se disfrace de cuidado, preocuparse es una forma de decir: no creo que puedas solo, esto va a salir mal. Es el ego intentando mantener la ilusión de control. Así que proyecta escenarios negativos para anticiparse. Este movimiento ocurre en piloto automático, no lo decidimos, pero sí podemos empezar a verlo. Y ese es el primer paso para que no nos arrastre.
La preocupación se manifiesta en el cuerpo, apretamos la mandíbula, fruncimos el ceño, encogemos los hombros y dejamos de respirar bien. Es como si el cuerpo intentara protegerse de un peligro invisible, pero no hay tigres, solo imágenes mentales. Y sin embargo, reaccionamos como si nuestra vida estuviera en juego: esa es la fuerza de la identificación. Por eso observar el cuerpo es tan importante, porque muestra el cierre del corazón. Revela cuándo te has desconectado de ti y estás atrapado en una película. Y si lo ves, aunque solo sea un instante, puedes soltar. Puedes volver a abrirte.
¿Se puede evitar? No directamente, pero sí se puede observar. Podemos ver cuándo aparece ese yo preocupado, y entonces recordar que no somos él. Que hay un espacio en nosotros más consciente, que observa desde la paz. Y tratar de cambiar de foco, llevando la atención a las sensaciones corporales en ese momento en que nos damos cuenta. Así el pensamiento se puede detener al dejar de prestarle atención, la respiración se puede aflojar al observar desde la nueva perspectiva y el cuerpo se puede relajar. Podemos usar la atención dirigida para expandir conciencia y ayudar a que las emociones se apacigüen. Basta con tomar conciencia para no seguir la película, no creerla y no actuar desde ella.
La preocupación puede ser útil como despertador si aprendemos a detectar su expresión en el cuerpo. Este puede ser el momento exacto para que algo distinto despierte en ti, porque hay un espacio más amplio y en paz que también vive en ti. Este es el espacio que se da cuenta y observa de modo más consciente. No necesita controlar, es más claro y más capaz de amar sin miedo. No lucha con la preocupación, simplemente la ve y, al verla, la desactiva. A veces basta una pausa, un gesto mínimo de conciencia. Ese instante en que reconoces que te habías ido, que estabas atrapada y, al volver a tomar conciencia, aparece.
Cuando llega la preocupación, el primer impulso es hacer algo, como mandar un mensaje, buscar una respuesta o anticipar lo peor. Pero hay otro camino: quedarse en la sensación, sentir la inquietud sin huir de ella. Respirar dentro de la incomodidad y notar el nudo en el estómago sin intentar desatarlo. Al principio cuesta, porque el cuerpo está programado para escapar del malestar. Pero si mantienes la atención, algo empieza a ceder. La emoción no se va porque la ignores, sino que se apacigua porque le das cabida en la observación, donde aparece, como es, desde donde es observada. Así se abre la conciencia y entra más claridad. No necesitas actuar desde la tensión. Puedes observarla y ver como el cuerpo y la conciencia se alinean.
Cuando conectas con la confianza, el cuerpo se relaja y la experiencia cambia. Las ideas son más claras y las decisiones más sabias. Un cuerpo relajado responde mejor y no reacciona. Porque el amor no vive en la tensión, sino en la apertura y esa apertura empieza en el cuerpo. Por eso no es solo cuestión de pensar distinto, sino de sentir distinto. Cuando tu rostro se destensa, cuando respiras hondo, cuando los hombros caen… algo en ti se vuelve más disponible para ti, para el otro, para la vida. Un cuerpo que ama no necesita explicaciones, transmite calma. Y esa calma es sanadora para todos porque es la expresión del amor. El verdadero amor no se preocupa, sino que actúa o acompaña con presencia y atención.
Crecer en amor implica ver quién está al mando en cada momento, si lo que haces nace del amor o del miedo que aprendiste a confundir con amor. Porque no puedes evitar que la preocupación aparezca, pero sí puedes dejar de obedecerla. Puedes elegir otro lugar desde donde vivir, otra forma más consciente de estar y funcionar. Amar es ver con claridad.
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Si este artículo te ha resonado y quieres comprender con más precisión qué ocurre dentro de ti cuando aparece la preocupación y cómo puedes relacionarte desde un lugar más lúcido, aquí tienes tres libros interesantes.
1. El arte de amar — Erich Fromm
Una referencia esencial. Presenta el amor como una práctica madura que nace de la claridad interior. Aporta una base sólida para cultivar un amor estable, consciente y profundo.
2. El corazón del hombre — Erich Fromm
Fromm describe con exactitud cómo el miedo, la inseguridad y la autoimportancia moldean nuestra manera de relacionarnos. Una mirada reveladora para reconocer la estructura interna del “yo que se preocupa”.
3. Aprender a amar — Osho
Una guía directa para detectar cuándo el “cuidado” se convierte en tensión y cómo regresar a un amor más abierto, consciente y disponible. Su visión encaja con naturalidad con el enfoque de este artículo.
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