¿Has tenido alguna vez un dolor de muelas? No me refiero a una simple molestia, sino a ese dolor punzante que no se queda en la boca, sino que sube hacia la sien y se mete en el oído. Uno de esos dolores en los que incluso el aire frío que respiras parece excitar el nervio inflamado. Como si todo se hubiera confabulado para recordarte, a cada instante, que no hay escapatoria. Solo estás tú y el dolor.
Juan estuvo así durante una semana entera. Sin móvil, sin ordenador, sin televisión. Sentado en el sofá, observando el dolor. No por elección ni como práctica espiritual, sino porque no tenía fuerzas para otra cosa. Los tres primeros días fueron insoportables. Pero al cuarto sucedió algo inesperado, una especie de rendición. Ya no había energía para luchar. No había escapatoria posible. Y en ese quedarse, respirando en medio del dolor, Juan empezó a conocerse de un modo nuevo. Descubrió una claridad inesperada. El dolor seguía, sí. Pero el sufrimiento empezó a disolverse.
El dolor y el sufrimiento no son lo mismo, aunque solemos confundirlos. El dolor es físico, concreto, inevitable. Puede doler una muela, la cabeza o una rodilla. Incluso en lo emocional (un duelo, una pérdida) siempre aparece como una señal en el cuerpo. El sufrimiento, en cambio, es mental. Es un añadido. Es el pensamiento que se engancha al dolor y lo convierte en historia, ¿por qué ahora?, ¿y si no se va?, esto no debería pasar, no puedo soportarlo. Esa fricción mental es la que amplifica la experiencia y la convierte en infierno. Lo que más nos hace sufrir no es el dolor, sino la resistencia al dolor. El dolor pasa por el cuerpo. El sufrimiento es el rechazo que lo atrapa en la mente. Y cuanto más luchas, más se enrosca.
Lo que Juan descubrió no fue un razonamiento intelectual, sino una experiencia directa. En esa quietud sin respuestas, empezó a observar el dolor desde otro lugar. No desde la cabeza, sino desde la conciencia. El cuerpo dolía, pero había algo en él que registraba cada punzada sin identificarse. Una presencia silenciosa que no necesitaba cambiar nada, que no buscaba salida.
La mayoría de las veces no nos damos cuenta de este espacio porque estamos ocupados huyendo, con pensamientos, distracciones o exigencias. Pero cuando dejamos de correr, descubrimos que el dolor no es tan monstruoso como la historia que nos contamos sobre él. El dolor es solo eso, una sensación. Intensa, molesta, desafiante… pero una sensación. Y como toda sensación, cambia, se mueve, se expresa.
Eso fue lo que vio Juan, que podía sentir el dolor sin convertirse en él. Que el sufrimiento no estaba en el cuerpo, sino en la mente. Y que, al dejar de alimentar la historia, lo que quedaba era presencia. El dolor no desapareció de golpe, pero sí desapareció la pelea que lo mantenía vivo en la mente. Y cuando la pelea se detiene, el cuerpo empieza a descansar. No porque ya no duela, sino porque sin rechazo no hay sufrimiento.
La transformación no llega con la ausencia de dolor, sino con la ausencia de conflicto con ese dolor. Una rendición simple, pero radical. En ella aparece algo inesperado, un silencio que no depende de las circunstancias. Una paz que no necesita explicaciones. Una claridad que no viene de entender, sino de dejar de resistirse. Y ahí, en ese silencio nuevo, algo se abre. La verdadera paz no está en que el dolor desaparezca, sino en reconocer que hay algo en ti que permanece intacto incluso en medio de él. La paz que conoce al dolor. La paz donde el dolor se expresa.
Quizá no sea un dolor de muelas lo que hoy te duele. Tal vez sea una pérdida o el problema que tengas delante. Pero lo que duele de verdad no es lo que pasa, sino la pelea interna, ese “esto no debería estar pasando”. Cuando dejas de pelear, el dolor sigue ahí, sí, pero deja de ser un enemigo y pasa a ser solo una sensación más. Y entonces lo ves claro: no es lo que ocurre lo que te rompe, sino tu resistencia a lo que ocurre. Y cuando la resistencia cae… la vida, por fin, se abre.
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Si este texto te resonó, podrían interesarte estas dos lecturas que amplían este mismo camino, desde la rendición ante el dolor hasta el descubrimiento de que no hay nadie que necesite liberarse.
Libertad y resolución, Gangaji
Una invitación a rendirse sin huir. Gangaji habla del filo vivo de la rendición, ese instante en que dejamos de luchar contra lo que es y permanecemos vigilantes ante la verdad. Un texto luminoso que muestra que la verdadera libertad no llega cuando el dolor desaparece, sino cuando cesa la resistencia.
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El buscador es lo buscado, Ramesh Balsekar
Una reflexión directa sobre la paradoja del despertar, el buscador y lo buscado son uno mismo. Cuando se ve esto con claridad, cesa la búsqueda y lo que queda es la paz natural del ser. Una lectura liberadora que apunta al reconocimiento de nuestra no existencia separada.
*Puedes descargar ambas lecturas en formato PDF pinchando en sus títulos.
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