Me he dado cuenta de que muchos meditadores confunden su práctica al tratar de mantenerse ecuánimes. Algunos visualizan lo que implica ser una persona ecuánime. Piensan en ella como en alguien en quien se da poco movimiento emocional y en quien aparecen pocos deseos… y confundiendo el efecto con la causa, de un modo contraproducente, se esfuerzan y luchan por reprimir sus emociones y sus deseos. Lo cual no sólo no les acerca a la realización de la verdadera ecuanimidad sino que más bien refuerza los patrones que les alejan de ella.
Si definimos el término, podríamos decir que la ecuanimidad es lo que se abre en ausencia de apego o rechazo. Es decir, cuando ni el apego ni el rechazo al estado emocional o al deseo de turno está presente, la ecuanimidad si lo está. También podríamos decir que la ecuanimidad no es la ausencia de movimiento, sino más bien la quietud abierta y acogedora dónde todo se mueve con libertad. Por ello, tratar de realizar la ecuanimidad suprimiendo o evitando lo que nos mueve internamente es una lucha sin fin que está abocada sin remedio al fracaso.
Algunos definen la ecuanimidad como indiferencia y esto habría que matizarlo. La ecuanimidad no es la indiferencia del muerto o del pasota sino más bien la bienvenida indiferente a todo lo que emerge, ya sea una emoción bella o una emoción negativa, ya sea un buen deseo u otro pernicioso. La ecuanimidad no hace diferencia a la hora de acoger en su apertura lo que se presenta en ella.
Si alguien me preguntase algo en plan: ¿cómo puedo desarrollar ecuanimidad?, jamás le diría que emplease su tiempo y energía en reprimir sus emociones o en tratar de evitarlas, sino más bien que se enfocase en abrir un espacio de consciencia en sí mismo dónde poder contemplar y conocer de un modo vivencial dichos movimientos.
A medida que observamos con mayor pureza y consciencia un estado emocional, éste se va liberando de la carga psicológica que le acompaña y se va mostrando como una experiencia puramente sensorial más, menos abstracta e indefinida y mucho más concreta y localizada. Dicho con otras palabras, la observación ecuánime transforma a la perturbadora emoción en mera sensación. Lo que antes se presentaba como un fuerte poder que cejaba y esclavizaba, ahora aparece simplemente en nosotros como una nube más en el paisaje sensorial.
De este modo, el meditador no sólo aprende a no temer a la emoción negativa sino que incluso puede llegar a disfrutar de su experiencia cuando aparece, ya que resulta ser una excelente oportunidad para jugar al juego de la ecuanimidad si es vista desde la perspectiva meditativa.
- La meditación es ecuanimidad. El meditador no rechaza ni se apega a lo que le acontece, y así, en la apertura y el espacio que la ecuanimidad otorga, vive de un modo directo la experiencia sin resistirse, acogiendo y favoreciendo su expresión con libertad. Es en esta apertura ecuánime donde las emociones y los deseos que brotan del sentido de carencia o separatividad pueden ser expuestos, expresándose hasta descargarse en su fuente.
Maconve dice
Me parece muy, muy interesante este artículo… llegar a esta comprensión no es fácil… Los condicionamientos que nos empujan a rechazar lo que consideramos malo y apegarnos a lo que creemos bueno son muy fuertes…Y, si no estamos muy atentos, la tendencia automática es de rechazo hacia las emociones “negativas”…, de lucha por deshacernos de ellas…, pero sólo la apertura, el decir sí a la emoción… nos libera poco a poco… Se requiere una atención constante, momento a momento… Gracias Jordi, un beso .
Jordi Casals dice
Gracias a ti Mancove… besos