El ser humano es una contradicción en sí mismo. Piensa una cosa, siente otra y acaba haciendo otra diferente. Se propone estar presente y vuelve a distraerse, jura amar y hace daño, promete no gritar y grita. Lo hace solo por desconocimiento de sí mismo, no por maldad. Dentro de cada uno no hay un yo único, sino una multitud de impulsos, voces y miedos que se alternan sin conocerse entre sí. Actuamos como si decidiéramos, pero solo reaccionamos. Lo importante es ver cómo funcionamos y no tratar de justificarnos ni de ser autoindulgentes.
A veces dices sí queriendo decir no. Sonríes mientras por dentro te escuece. Prometes calma y terminas explotando. Todos hemos sentido esa frustración de actuar contra nuestra propia intención, de vernos repetir lo mismo una y otra vez como si algo dentro decidiera por nosotros. Vivimos cambiando de rostro a cada instante, creyendo que somos coherentes, cuando en realidad somos una corriente de automatismos. De ahí nacen el sufrimiento y la culpa. Pero también, si te das cuenta, la posibilidad de comprensión.
Ha habido grandes sabios que vieron más allá y compartieron su comprensión. Cuando Jesús dijo “Perdónalos, porque no saben lo que hacen”, no hablaba desde la indulgencia, sino desde la visión. No veía culpables, sino dormidos. El que miente, el que traiciona, el que hiere, no sabe lo que hace. No porque ignore las consecuencias, sino porque no alcanza a ver la raíz del impulso que lo mueve. Lo que para la mente moral es imperdonable, para la claridad del sabio es solo inconsciencia actuando. Una persona movida por el ego quiere culpables. En cambio, cuando vemos las cosas como son, vemos causa y efecto. No hay excusa, pero tampoco hay autor, sino el ser humano haciéndose daño sin saber que se hiere a sí mismo.
Buda apuntó a lo mismo desde otro ángulo: “Los acontecimientos suceden, las acciones se llevan a cabo, pero no hay un hacedor individual.” Eso que creemos elegir, en realidad nos elige a nosotros. Todo fenómeno surge condicionado por otro fenómeno. No hay un yo que decida libremente; cada acción nace de una cadena infinita de causas: herencia, educación, miedo, deseo y circunstancias. Un niño crece sintiendo miedo y se vuelve un adulto que controla. Otro se siente ignorado y aprende a mentir para ser visto. Jesús lo expresó como perdón y Buda lo hizo como ausencia de autor. Ambos apuntaban al mismo lugar: la visión que disuelve el juicio, que podríamos llamar compasión.
Si miras con atención, verás que tú también has hecho daño mientras intentabas amar, o has mentido queriendo protegerte. Cuando lo ves, el culpable se disuelve porque comprendes que nadie puede actuar de otra forma mientras permanece dormido. La compasión empieza ahí: cuando ves el mecanismo completo y dejas de necesitar un enemigo a quien culpar.
La compasión nace de la comprensión y de la visión clara, no de un intento de ser bueno. Puede ser firme, incluso dura, pero no violenta porque ya no hay enemigo, solo inconsciencia en movimiento. Y cuando no hay enemigo, surge la empatía. Uno no decide perdonar: simplemente ve. Y cuando ves de verdad, el perdón ya ha ocurrido. A veces la compasión pone un límite, se aleja o dice basta, pero sin odio. Es una mirada limpia que reconoce que nadie sabe lo que hace hasta que despierta. La conciencia no absuelve ni condena: ve.
Si llegas a casa y tu perro ha destrozado el sofá, el enfado te dura poco. Sabes que ha actuado según su naturaleza. O si dejas a unos niños de tres o cuatro años con rotuladores y vuelves para encontrar las paredes llenas de dibujos, tampoco los odias por ello. Tu enfado desaparece en el momento en que ves con claridad lo que son. Sin embargo, en los adultos proyectamos la idea de que deberían saber hacerlo mejor. Y detrás de esa expectativa se esconde una ilusión: que nosotros sí somos libres y capaces de hacer las cosas bien. Cuando ves con honestidad tu propio condicionamiento, comprendes que no es tan distinto del suyo. Y desde esa comprensión, el juicio se deshace solo.
La compasión no se practica, sucede a medida que uno conoce su propia forma de funcionar. Nace del ver y no de un esfuerzo moral. Cuando ves con claridad tus propios automatismos, tus miedos, tu necesidad de tener razón, algo en ti se ablanda. Y desde ese espacio comprendes al otro. No porque debas hacerlo, sino porque ya no puedes no hacerlo. Cuando comprendes que el otro no es distinto de ti, el juicio se vuelve imposible. El que hiere está dormido; el que se ofende también. Todos actuamos bajo el mismo sueño: el de creer que somos alguien separado que tiene razón. Verlo no te vuelve santo, te vuelve humilde.
La vida se vuelve más liviana cuando comprendes. Al no tomarte las cosas de forma personal los conflictos desaparecen. Empiezas a ver que todos hacemos lo que podemos con el nivel de conciencia que tenemos. Que todos tropezamos en los mismos lugares, solo que con distintos nombres. Y esa comprensión te hace libre. Libre del juicio, libre del resentimiento, libre del deber de perdonar.
La compasión cambia la forma de ver las cosas, aunque los hechos sigan siendo los mismos. Y eso cambia todo lo demás. No busques ser compasivo, mírate con honestidad. Y cuando te veas de verdad, sin lucha, sin culpa, sin resistencia, entonces sabrás lo que es la compasión. No porque la hayas aprendido, sino porque habrá ocurrido. Y cuando sucede, lo sabes. Se siente sin necesidad de explicarlo, como si el corazón entendiera antes que la mente. Y ahí lo ves: nadie sabe lo que hace. Ni siquiera tú.
Más sobre el autor:
Libros relacionados recomendados:
La comprensión florece en dos direcciones: hacia dentro y hacia fuera.
Primero miramos dentro y reconocemos cómo funciona nuestra mente, cómo el juicio se disfraza de exigencia y cómo la aceptación disuelve el conflicto interno. Desde esa claridad, el corazón se abre al otro con naturalidad.
Estos dos libros acompañan ese camino: el de la visión interna, que trae lucidez, y el de la apertura externa, que convierte la comprensión en compasión viva.
El crítico interno y la autoaceptación – Tara Brach, Rick Hanson y Kristin Neff
Te recomendamos este libro porque revela cómo funciona la voz interior que juzga y cómo puede transformarse en comprensión. A través de enseñanzas y testimonios de grandes maestros, muestra que la verdadera autoaceptación nace de la lucidez con la que aprendemos a vernos y tratarnos con la misma compasión que ofrecemos a los demás.
El crítico interno y la autoaceptación
Vivir abiertos de corazón – Steve Flowers y Bob Stahl (prólogo de Tara Brach)
Te recomendamos este libro porque ofrece una guía práctica para cultivar la autocompasión y reconocer el valor propio. A través de ejercicios de mindfulness y relatos reales, los autores nos acompañan a mirar el miedo, la vergüenza y la culpa con aceptación, permitiendo que el corazón se abra y la comprensión florezca de manera natural.
Vivir abiertos de corazon
Otros artículos de interés:
Más artículos en:
Si quieres saber más sobre los servicios que ofrecemos en el Centro Aruna de Vigo, consulta nuestras páginas especializadas en reflexología podal, terapia craneosacral, osteopatía biodinámica, masaje para embarazadas y, además, meditación. Por otro lado, también puedes contactarnos aquí para resolver tus dudas.


Magnífica reflexión: el verdadero entendimiento de uno mismo disuelve el juicio hacia los demás.
Gracias 🙏🏻