A raíz del comentario de un lector en relación al artículo: «La meditación es confianza», me surgió hacer una distinción entre dos posibles modalidades a la hora de encarar la meditación:
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Meditar para alcanzar un estado determinado.
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Meditar para conocerse.
Debido al hecho de que cualquier estado es por naturaleza cambiante, la meditación del primer tipo está irremediablemente abocada a fracasar como camino para alcanzar la realización de algo estable, permanente y real. Este tipo de meditación podría acabar funcionando, más que como una vía de auto-realización, como una vía de evasión o escape.
En cambio, meditar para conocerse implica ya de por sí cierta madurez. Parte de la premisa de que no te conoces, de que realmente no sabes quién o qué eres. Aquél aspirante que en su ignorancia crea conocerse no encarará la práctica con la actitud y disposición adecuada. La intensidad y la apertura necesarias para profundizar en la meditación surgen del espacio de inmensa perplejidad que abre la advertencia de que no sabes quién eres.
La meditación como vía de autoconocimiento nace de la curiosidad, la cual se activa y potencia a medida que el aspirante toma conciencia, lleno de asombro, de que el cuerpo-mente que creía ser tiene vida propia. Surgen entonces preguntas fundamentales como: ¿De dónde vienen estos pensamientos, deseos y actos? ¿Qué impulsa esta forma de hablar, estos gestos y contradicciones internas? Estas cuestiones van calando profundamente, impulsando una observación cada vez más clara y profunda del funcionamiento impersonal del redescubierto cuerpo-mente.
En la meditación formal, cuando te sientes, no trates de obtener un resultado, no te esfuerces por alcanzar un objetivo determinado. Por ejemplo, no trates de lograr «dejar la mente en blanco». Que la finalidad de la meditación no sea alcanzar un estado concreto, sino más bien entiende la meditación como un observatorio, como un espacio abierto y vibrante para observar, para conocer de un modo directo y vivo la experiencia presente, tal y como se muestra.
Permite que la curiosidad acampe a sus anchas en la apertura que crea la meditación, y dale rienda suelta para que juegue libremente en su hora de recreo. Donde pueda sin restricciones expresarse, mirar, conocer, indagar y descubrir cuestiones vitales, como por ejemplo: qué es la experiencia, de qué está hecha, dónde aparece…
La calidad de la meditación dependerá de si es llevada a cabo por la curiosidad de realizar la verdad de la experiencia y de ti mismo, desde ese asombro y apertura. O si, por el contrario, se realiza desde el esfuerzo personal en busca de un nuevo logro que refuerce tu falsa identidad.
La meditación es curiosidad. La curiosidad es la fuerza que mantiene activa la meditación, la que lleva a cabo la mirada y la intensifica. Permitiendo al meditador salir de la mente, dejar a un lado los pensamientos, vaciarse de creencias, liberarse de la autoimagen, soltar las cargas de la historia personal… y finalmente, establecerse en el profundo asombro de sí mismo.
Libros recomendados:
Meditación auténtica de Adyashanti,
Quien soy Yo? de Jean Klein.
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hola Jordi, un buen articulo, estoy de acuerdo sobre todo en lo que dicies al final que cuando ja has conseguido conectar contigo mismo ecuentras un profundo assombro, y te preguntas de nuevo esto soy?, o haces silencio y dices, esto soy.
Hola, corco. El asombro del que hablo es más bien el asombro de ser nada y no el asombro de ser algo. De tu pregunta infiero tu punto de vista… y te recomendaría que cada vez que creas, en la meditación, haberte encontrado a ti mismo, volvieras a cuestionarte ¿soy esto?… cuando esto suceda, date cuenta de la profundidad que observa aquello que crees ser. De este modo se ira soltando, a cada paso, toda posibilidad de crear una nueva auto-imagen ilusoria. Llegado un punto, la profundidad del asombro alcanza tal nivel que no deja ni rastro de ti, eliminando la cuestión que planteas. El asombro lo engulle todo. Ya no hay cuestionarse (¿esto soy?) ni mucho menos afirmarse (soy esto): sólo puro asombro. Besos