A finales de junio, estábamos cenando en casa un irlandés, un portugués, dos polacas y un español.
—¿Qué tal tu día, Ryan? —le pregunté al irlandés, mientras le servía el arroz.
—Hoy me he levantado a las cuatro de la mañana, he corrido 20 km y luego he andado en bici 100 km, el resto del día lo he pasado trabajando en el jardín relajado, gracias a que tú estabas entreteniendo a mi hijo en el cumpleaños del tuyo —respondió con agradecimiento y sin ninguna prepotencia.
Habíamos celebrado ese mismo día el cumpleaños de mis dos hijos y asistieron todos sus compañeros de clase. Me había pasado toda la tarde a cargo de 55 niños con ganas de fiesta. Además, me dolía todo y estaba agotado porque hacía un par de semanas que había empezado a hacer algo de ejercicio: a medio día caminaba 4 km con unos colegas. Es por eso que estaba admirado y aturdido por los hábitos deportivos que Ryan acaba de contar.
Entre copas de vino, acabé apostando que me apuntaría a una de las carreras locales. Pensaba que la apuesta no iría a más hasta que estando de vacaciones en España, recibí un mensaje de Ryan informando de la próxima carrera programada en la zona: el diecinueve de agosto en Glengarriff, de 5 km.
De vuelta de vacaciones, intenté correr por primera vez durante mis caminatas del medio día con mis amigos. Apenas conseguí correr 100 metros, y eso que, antes de haberlo intentado, pensaba que podría aguantar bastante más. ¿Cómo iba a poder correr en una carrera de 5 km para la que solo quedaban 12 días? No tenía ni idea, pero presionado por la apuesta, empecé a correr cada día un poco más. Con mucho esfuerzo y entrenamiento, el día antes de la carrera había conseguido correr 3 km seguidos. Por eso, para lograr al menos completar la carrera, pretendía correr 3 km y caminar los otros 2 km, aunque la velocidad a la que corría y andaba era la misma. Ya en la carrera, me dolían más las piernas caminando que corriendo, así que finalmente corrí los 5 km.
Ese primer reto superado me animó a seguir y convencí a mis compañeros de caminata que los 4 km los hiciéramos corriendo. En todos creció el espíritu runner y cambiamos el recorrido de 4 km por uno de 8 km.
Ahora, cuando estoy sentado en el sofá, con los niños ya acostados, a punto para ver una película en Netflix, si Gina me recuerda que es martes y que hay que sacar la basura a los contendores a 300 metros, al instante me levanto, salgo y bajo, incluso con ganas. Recuerdo que hace apenas un mes, antes de empezar a correr, el peso de la pereza solía vencer la necesidad de mover el culo y ponerse con este tipo de tareas domésticas.
Antes, cuando íbamos de viaje y parábamos en una gasolinera, me apetecía un donut de chocolate. Ahora, comer sano es para mí lo más apetecible y natural. Además, duermo más, de forma más profunda, descanso mejor y la alarma, que antes me molestaba a las siete de la mañana, ahora suena cuando ya estoy cantando en la ducha.
Me di cuenta de que ya tenía incorporado el hábito de correr cuando hace una semana pasó el día y noté que me faltaba algo, y es que no había tenido tiempo de ir a correr. Entonces, me vestí rápidamente y salí a correr un ratito al anochecer, para reconectar conmigo mismo sudando la camiseta. Dos días después, muy ocupado por el trabajo, asumí que no iba a salir a correr, pero entonces aparecieron Ivalo y Guillermo en zapatillas, entusiasmados y listos para hacer un nuevo recorrido de 8km que habían diseñado en el mapa. No pude decir que no.
Para mí ahora, ir los sábados a correr en familia en la naturaleza es algo habitual.
Esta mañana, en medio de la lluvia de Irlanda, con las zapatillas ya mojadas tras más de veinte minutos corriendo, habiendo alcanzado el ritmo adecuado, he tenido la experiencia de correr en un estado que permite la autoobservación. Observaba desde la quietud interior como los árboles se iban acercando hasta desaparecer, el sonido que marcaba cada zancada se iba acompasando con las largas exhalaciones. De forma intermitente iban apareciendo sensaciones puntuales, un pinchazo en el vientre, una tensión en el muslo derecho, un cuestionarse “¿estoy cansado?”, y una ausencia de prueba contundente que lo afirmara. Piernas y brazos continuaban con su movimiento, a su ritmo, todo seguía su curso de forma natural, mientras descansaba en el presenciar. Constataba en directo como el cuerpo funciona mejor, cuando la sensación de que hay que estar al mando forzando las cosas es disipada por el reconocimiento de que el cuerpo sabe correr y además le gusta hacerlo.
No estaba corriendo, sino presenciando un correr. Al estar observando al cuerpo correr, este corría mejor.
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ferran dice
Corro y hago deporte habitualmente. Tb medito, pero había olvidado el dejar q el cuerpo se mueva, corra… gracias por recordarmelo
Alicia dice
Está en nuestras manos escoger desde qué punto observar nuestra vida para alcanzar un punto de quietud interior .
Correr en la naturaleza en estado contemplativo, conocer tu cuerpo y sentirlo como observador. es llevar una manera de llevar la meditación a nuestra vida cotidiana.
Bravo, Jordi!! Me ha encantado leerte ????